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Se encargaba del aseo de recintos en la Universidad de Tarapacá y hoy es doctor y profesor en el Departamento de Ingeniería Mecánica, experto en termosifones bifásicos, dispositivos para el control térmico de vehículos espaciales; razón por la que trabaja en el tema de su postdoctorado en conjunto con el Laboratorio de Tubos de Calor de Brasil en proyectos asociados con disipadores térmicos en reactores nucleares para aplicaciones espaciales, pues es uno de los escasos expertos en América del Sur que desarrollan esta tecnología. Un ejemplo de esfuerzo y movilidad social desde la educación.
El profesor ariqueño Luis Rodríguez Cisternas, nació a los pies del cerro Chuño, en la población Santa Rosa, en 1983. El patio de su casa era el cerro donde junto a una docena de amigos hacía excursiones para cazar lagartijas, las que luego diseccionaban; y conchas petrificadas, sobre las que se preguntaban cómo llegaron allá.
Vivía con sus padres y cuatro hermanos. Su madre, Graciela, era dueña de casa y trabajaba, haciendo aseo. “Ella es una mujer espectacular, que no sabía leer ni escribir”. Ésta era la correa con la que les pegaba en la conciencia, en la memoria, donde más les dolía, la frase que los motivaba. Su padre, Luis, vendía huevos y trabajaba en Ariztía. “Compraba huevos sucios, los lavábamos, calibrábamos y él los salía a vender a los almacenes”.
La infancia del profesor Rodríguez, hoy de 39 años, fue dura. “Odiaba andar siempre sopeado porque caminaba mucho o en bicicleta para todos lados. No tuve las herramientas para poder estudiar tranquilo, éramos pobres y la gente pobre no tiene otro mundo que ése”.
A pesar de todo lo que jugaba en contra, fue buen alumno y su enfoque era la ciencia. Cada miércoles estaba ansioso, porque su padre compraba el Icarito. “Yo era quien lo leía y peleaba cuando lo sacaban para recortarlo, les pedía a mis hermanos que calcaran los dibujos en la ventana”. En esta colección de revistas conoció las estrellas, el sol, las nebulosas y los científicos.
ESTUDIO Y TRABAJO
Estudió en la Escuela América, que quedaba a la vuelta de su casa. Luego, en el Liceo B4 donde conoció a Dios y encontró a Daniela, el amor de su vida, “la mujer más maravillosa del planeta”.
“Las dificultades familiares las tomamos de distinta forma, y mi escudo siempre fue estudiar, quería ser el mejor”. Su madre insistió que se fuera al liceo para que sacara un secretariado. “Era una vieja sabia, entré a un curso con un grupo de compañeros de alto nivel y estudiamos programación y se me abrió el mundo de la lógica y la organización mental de las cosas”. Luis Rodríguez dice que en el liceo salió del clóset y asumió que era “nerd”, que sufrió permanente bullying, pues era extrovertido, de personalidad extraña, por lo que siempre sufría golpes de sus pares.
En momentos críticos de su vida conoció a Dios, a través del hijo de un pastor de la Iglesia Asamblea de Dios, que le decía a él que era un caso perdido, porque se expresaba con groserías. “Estaba estigmatizado por ser de la pobla, de un barrio peligroso”. Así empezó esta relación espiritual.
A los 18 años entró a la Universidad de Tarapacá. El primer semestre fue una catástrofe, acostumbrado a tener notas sobresalientes, ahora solo aprobó un ramo. “Perdí el foco, la brecha es infinita, es tan grande que es inalcanzable, no estoy siendo resentido, solo decir que hay diferencias y que en ese tiempo no hubo un acompañamiento y el que murió, murió”.
Se sintió fracasado, pero luego tomó el ritmo e inició una vida entre Arica e Iquique ya que la fuerza del amor por Daniela lo llevó a estudiar tres días en Arica y luego a trabajar en la ciudad vecina, vendiendo huevos en el mercado. “No podía estar sin ella, cuando se fue yo también lo hice, pues estaba enamorado hasta el infinito”.
Retornaron a Arica, se casaron y fueron a vivir solos. “Nuestro único capital fue la Beca Presidente de la República, contábamos con 40 mil pesos”. Jugó fútbol en la tercera división por la UTA y trabajaba en un pub de 19 horas a 7 de la mañana. Recibía la beca alimenticia, que cada día retiraba en una vianda, diciéndole a la encargada: “como para dos”.
Su entrenador le dijo: “Luis, tengo pega de auxiliar” y él respondió: “¡La quiero!” Era el año 2006 y su contrato como auxiliar a boleta implicaba honorarios por 137.500 pesos. Trabajó en el Aulario A del campus Saucache de 14 a 22 horas y en la mañana estudiaba. Había un pequeño cuarto que él convirtió en su sala de estudios, donde empezó a ubicar los libros que se dio el gusto de adquirir. En ese periodo se sacó el primer siete en la Universidad y compró su primer computador. Además, contaba con la ayuda de uno de sus grandes amigos que le cubría las espaldas cuando tenía que estudiar.
Lo que había pasado tenía que ver con que no dormía, ni se alimentaba bien. Pero todo cambió. La calma de trabajar y estudiar en el mismo sitio, lo fue ubicando en el primer lugar del curso. Además, una esposa apañadora. “Cuando no se es rico ni lindo, es amor, no existe otra opción”, afirma riéndose.
“Antes de terminar la carrera viene el salto de calidad”, comenta, pues se candidateó y logró trabajar en el mismo edificio donde estudiaba. Pero el decano de la época de un día para otro logró que fuera trasladado a la Dirección de Administración como administrativo, donde obtuvo el doble de dinero. Se posicionó como un buen gestor y tuvo que cambiar de estilo en el vestir, “salí desesperado a comprarme ropa”. Luego dirigió a sus ex colegas, los guardias. En ese tiempo sacó el título de Ingeniero Civil Mecánico. “Se me despertó el hambre y pedí mayor remuneración, me dijeron que no se podía y me piqué”. Renunció a su trabajo y a todo el mundo les auguró: “Voy a volver como doctor”.
TRAVESIA A BRASIL

Fue de un lado para otro hasta que llegó a Florianópolis, Brasil, a la Universidad Federal Santa Catarina, con un millón de pesos, producto de la venta de sus enseres. “Vivimos en un cuartito, no podíamos comer dos panes diarios, éramos de nuevo muy pobres”.
Gracias a sus notas obtuvo una beca de sustento por 300 mil pesos. Por su calidad de trabajo, en menos de un año logró un empleo como investigador para la Petrobras. Sacó el Magister en Ciencias Térmicas en dos años y luego el Doctorado. “Ahí vi que no tenía limites, fui enfocado, soñé toda la vida en irme a Brasil. Era diferente ser pobre cuando no tienes más posibilidades, pero ahora era ingeniero, tenía opciones”.
Ganó un premio por generar una de las 100 ideas más innovadoras de Santa Catarina, Brasil, un secador asistido por termosifones. Invento y patente con el que instalaron una empresa. Se quedó 11 años y regresó a la Universidad de Tarapacá como profesor en el área de energías.
Está montando un laboratorio hace dos meses y continúa escribiendo artículos en revistas de investigación, los que firma con el apellido de su madre, porque ella lo desafió a ser mejor. “No voy a poder trascender su apellido y voy a morir, pero los artículos no”.
En el laboratorio reflexiona sobre la cantidad de energía que ocupó en esta travesía de ser auxiliar de aseo, estudiar en Brasil y regresar a Arica. Podría haber sido más fácil, indica. ”Romper el círculo de pobreza es desgastante y no es para tener clase media, ni por dinero, estoy hablando del acceso al conocimiento ilimitado, yo no estoy ni ahí con el dinero. Era feliz con 137 mil pesos, porque tenía un lugar para estudiar”.
Cuando volvió a la UTA, más de alguien se preguntó “¿Este no era el chiquillo que trabajaba de auxiliar?” y él responde: “Tengo derecho a entrar a todos los baños de la UTA porque con certeza los limpié”. En su primera prueba como profesor preguntó por los nombres de los auxiliares de aseo de mecánica, valía un punto. “No estamos creando gente que solamente sepa de transferencia de calor, sino que seres humanos que vean a los otros como personas, que les digan buenas tardes. Yo lo entiendo, porque sentí la indiferencia de los jóvenes arrogantes cuando pasaban sin saludar”.
Con su esposa Daniela, su hija Beatriz, su grado de doctor y Dios en el corazón, el profesor Rodríguez llegó a Arica a aportar con sus investigaciones y desarrollo tecnológico. En Brasil le dijeron que prefería ser cabeza de ratón que cola de león, él respondió “seré un cachorro de león que va a crecer, creo en el proyecto porque me formé acá, soy sangre de la UTA, la representé en los campeonatos zonales de fútbol, es lógico cerrar un ciclo, dije que iba a volver como doctor, porque soy un poco arrogante y muy soñador”.
El rector, el decano y los académicos del Departamento de Ingeniería Mecánica lo respaldaron, llegó a hacer clases, a investigar y tiene a cargo el Laboratorio de Termosifones. ¿Qué son los termosifones?, nacieron como un dispositivo para control térmico de satélites y vehículos espaciales. En Brasil aprendió lo que se hacía en el espacio y eso lo empezó a aplicar en agricultura, actualmente trabaja en conjunto con la Universidad Federal de Santa Catarina en proyectos asociados con disipadores térmicos en reactores nucleares para aplicaciones espaciales, ya que es una de las pocas personas en América del Sur que desarrolla esta tecnología.
En los últimos 10 años ha trabajado como desarrollador de equipos y generador de patentes. Con esa tecnología llegó a su tierra, pues la idea es hacer ciencia aplicada. Específicamente los proyectos en desarrollo son desalinización de agua, colectores solares para hacer secadores de alta eficiencia y fertilizantes para nutrir la tierra.
Con sus alumnos está creando masa crítica, logró que publicaran tres artículos en España, que pronto irán a defender. “En el Departamento de Mecánica queremos crear esa masa crítica que ame la ciencia. Mi objetivo es ver si hay otros como yo, que se echaron ramos, estuvieron descartados y perdieron su pasión y venir a rescatarlos”. Todo es alcanzable, es foco, es correr detrás.“Mi vida es una jugada de Dios en un tablero de ajedrez, donde tenía que estar en ese momento para poder ser luz”.
El profesor Luis Rodríguez se siente pleno, porque para contornear una vida como la suya, hay que soñar sin límites, porque el “se puede” nunca fue más claro. Todo tuvo una razón de ser, desde ese día que jugaba con las lagartijas en el cerro Chuño, hasta este regreso en que encontró el mismo cerro lleno de tomas, con otros niños soñadores, bajando a la escuela pública, donde él aprendió que la vida no tenía límites, que sí, se puede…
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