La agricultura familiar, una aliada clave para la seguridad alimentaria.

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Lorena Peña Silva / Ciencia e Innovación para el Futuro

ATACAMA. A casi una década del aluvión que remeció a la región de Atacama en 2015, aún resuenan las lecciones que dejó sobre la fragilidad de los sistemas de abastecimiento de alimentos en zonas como el norte de Chile. Fue ese evento extremo —que dejó a miles de personas damnificadas y supermercados vacíos— el que motivó a la académica Lorena Peña Silva, de la Universidad de Atacama, a reflexionar y actuar en torno a una de las soluciones más sostenibles para nuestra alimentación futura: la agricultura familiar campesina (AFC).

En un territorio donde el desierto impone condiciones hostiles, pero también guarda una tradición agrícola rica en saberes y productos únicos, la AFC aparece como una vía poderosa para reconstruir no solo el vínculo entre personas y alimentos, sino también entre generaciones.

“Durante el aluvión, quedó en evidencia que dependíamos casi completamente de alimentos que vienen de otras regiones. Fue ahí donde comprendimos la importancia de fortalecer los sistemas locales, con los productos que históricamente se han cultivado en Atacama”, explica Peña, académica del Departamento de Nutrición de la UDA.

Sin embargo, esta agricultura, muchas veces invisibilizada, está hoy en manos de personas mayores, con escasa renovación generacional. El éxodo de jóvenes hacia la minería y la falta de infraestructura básica en las zonas rurales —como electricidad, agua potable o conectividad— debilita la continuidad de esta actividad fundamental.

Frente a este escenario, el proyecto que lidera Peña busca tender puentes entre estudiantes de nutrición y pequeños productores agrícolas, generando un círculo virtuoso en que la educación se pone al servicio de la comunidad y, al mismo tiempo, los futuros profesionales se forman con una mirada territorial, práctica y social de la alimentación.

Del aula al campo: aprendizaje con impacto

Gracias al apoyo del INDAP y el enfoque de enseñanza activa, los estudiantes de la Universidad de Atacama han salido de las salas para conocer, trabajar y colaborar directamente con productores locales de sectores como Vallenar, San Pedro y Copiapó. Juntos han desarrollado nuevas formas de presentar los productos, mejorado procesos productivos, innovado en recetas y agregado valor a insumos tradicionales.

Uno de los logros más destacados fue la creación de queso de cabra con pigmentos naturales o café hecho con cáscara de granada, iniciativas que mezclan creatividad, circularidad y sustentabilidad. Estos desarrollos no solo reducen residuos, sino que también revalorizan productos olvidados.

“El contacto con los productores fue una revelación para mí. Como estudiante, muchas veces uno estudia desde lo teórico, pero aquí entendimos de verdad lo que significa producir un alimento, conocer su historia, su contexto. Me cambió la mirada sobre mi futura labor como nutricionista”, señala Cristóbal Martínez, estudiante de tercer año de Nutrición y Dietética.

Este enfoque ha impactado también en los propios agricultores, quienes agradecen sentirse parte de un proceso de mejora continua. Marta Rojas, productora de mermeladas en Vallenar, relata:

“Los chicos me ayudaron a ver mis productos desde otra perspectiva. Aprendí a hacer etiquetas más claras, a cumplir normas sanitarias y también a experimentar con nuevas ideas. Me sentí acompañada, y eso es lo más valioso.”

Rescate cultural y arraigo territorial

Más allá de lo alimentario, el proyecto busca reconectar a la comunidad con su historia y cultura local. Según Peña, muchos jóvenes de Copiapó no conocían localidades cercanas como San Pedro ni sabían que allí se producen alimentos de excelente calidad, lo que evidencia la desconexión existente entre ciudad y campo.

“La nutrición también es identidad. Y esa identidad se cultiva desde el territorio, desde lo que comemos, desde lo que sembramos y cuidamos como comunidad”, sostiene la académica, recientemente reconocida con el premio Mujer Agroinnovadora 2024 de la Fundación para la Innovación Agraria (FIA).

En tiempos donde la crisis climática y la inseguridad alimentaria se instalan como desafíos globales, propuestas como esta demuestran que el conocimiento local, el trabajo colaborativo y el enfoque territorial son claves para construir un sistema alimentario más resiliente, justo y sostenible.

“Todavía queda mucho por hacer, pero ya sembramos la semilla. Ahora empieza a germinar”, concluye Peña.

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